Hoy
Día Internacional de lucha por la despenalización del aborto es momento de
recordar todo lo recorrido hacia considerar el aborto un derecho más, ante todo
un asunto que debería recaer en la libre decisión de las mujeres.
Actualmente
se producen 55 mil abortos inseguros diarios en todo el mundo, con especial
incidencia en los países en vías de desarrollo, en lugares donde las
necesidades sociales básicas no se cumplen y donde el acceso a la salud es muy
limitado. Pero de la misma manera, cuando observamos que en el resto de países
el escenario es mejor (entre ellos España), con redes sanitarias, de apoyo y
cuidados, no podemos pensar que es algo irreversible.
La
crisis económica que está sirviendo como pretexto para acabar con los derechos laborales de las personas
trabajadoras, reducir servicios sanitarios o dificultar el acceso a la
educación, también es la excusa para quienes, desde una pretendida moralidad
pura e incuestionable, están eliminando todos los avances que han permitido una
mayor libertad para las mujeres. Una libertad basada en años de lucha por
conseguir la igualdad en derechos y oportunidades, y que se había ido plasmando
poco a poco en las leyes y estructuras públicas (principalmente)
Todos esos avances están hoy en serio peligro en manos de un
Gobierno que disminuye la inversión en políticas de igualdad, todo aquello que
podría remover los roles que impiden a mujeres y hombres alcanzar su pleno
desarrollo personal, laboral y social. Hablamos del mismo gobierno cuyo
Ministro de Justicia declaraba que la maternidad es lo que hace a las mujeres
auténticamente mujeres, que hay una violencia estructural que impide a las
mujeres ser madres, etc.
En definitiva, nos encontramos ante un Gobierno que trata de
imponer un modelo regresivo en el que las mujeres sean las cuidadoras y madres
como prioritaria obligación. Todo ello como defensa o complemento de la
anunciada reforma de la Ley del aborto, un cambio con el único objetivo de
reducir la libertad de las mujeres y penalizar sus decisiones, volviendo 30
años atrás.
Precisamente la Ley Orgánica 2/2010 de salud sexual y reproductiva y de la
interrupción voluntaria del embarazo, aprobada en la anterior legislatura por
el Gobierno socialista, no solo permitió una nueva regulación más eficaz y con más
garantías que la anterior legislación de 1985 (se han reducido el numero de
abortos) sino que también responde a la promoción de la salud sexual, algo ya
ejercido especialmente durante las dos últimas legislaturas mediante campañas
públicas, algunas de gran acogida como “Yo
pongo condón” o el “Embarazo cosa de 2”, lanzada por el Instituto de
la Mujer y el Ministerio de Sanidad, y que contiene diferentes materiales e
informaciones para prevenir los embarazos no deseados desde la responsabilidad
compartida, especialmente entre la gente joven.
Pero todo ese planteamiento plasmado en esos
cambios legislativos no ha sido tan fugaz ni tan actual como puede parecer.
Además de responder a demandas históricas de los movimientos feministas, en
España se convirtió en debate a principios del siglo XX (Mash 1988) y pese a la
prohibición expresa durante los 40 años de franquismo (que conllevó miles de
abortos clandestinos e inseguros y viajes al extranjero para practicarlos), se
fundamenta en la práctica internacional. Buena muestra de ello es la IV
Conferencia Mundial de las Mujeres, que en 1995 situó en el marco de los
derechos humanos de las mujeres “el derecho a tener el control y a decidir libre y responsablemente
sobre su sexualidad, incluida la salud sexual y reproductiva, libre de
presiones, discriminación y violencia”. Una reivindicación clave que se fue incorporando
en nuevas regulaciones atendiendo a ese compromiso por parte de los países.
Ante ese recorrido, hoy España puede retroceder décadas, con una
reforma de la ley injusta e innecesaria que acabaría con todas las opciones que, desde la seguridad y el control
médico, permitían a las mujeres decidir sobre el proceso de su embarazo. Y pese
a que el Gobierno de Mariano Rajoy muestre falsamente su reforma como una forma
de dar mayor libertad de decidir a las mujeres, debemos recordar que hoy nadie
se ve forzada a abortar. Sin embargo, tenemos que observar que las pretensiones
del Gobierno no son un mero capricho, pues desde estos postulados se promueve un
nuevo modelo de feminidad basado en la maternidad como principal e indiscutible
meta social, y como única salida para el ejercicio de la sexualidad.
Y
es que el Estado puede fomentar la natalidad, pero no a costa de la libertad y
dignidad de las mujeres y de sus derechos, que también son Derechos Humanos.
Precisamente tenemos alternativas reales y beneficiosas para las mujeres y
hombres con las que sí podríamos fomentar la paternidad y la maternidad sin
obligar ni criminalizar a nadie (las mismas que publiqué en Julio de 2012)
- Ofrececiendo el apoyo del Estado, y no solo económico. Si algo tiene que cambiar que lo haga toda la sociedad.
- Ampliar la tasa de nacimientos también es posible si no dejemos a nadie exento de asistencia social, ofreciendo servicios universales de salud, educación y cuidados a todos los tipos de familias.
- No encasillando a nadie en ningún papel, respetando la diversidad de mujeres en su decisión de ser o no madres.
- Fomentando también una paternidad activa, luchadora y con facilidades sociales-laborales, la mejor manera de hacer efectiva la corresponsabilidad y acabar con la doble o triple jornada que las mujeres soportan (trabajo remunerado+trabajo doméstico+trabajo de cuidados)
- No dejando, de nuevo, los cuidados a menores y personas dependientes como un asunto puramente privado y propio de las mujeres.(Ver artículo sobre recortes en Dependencia)
- Promoviendo la educación en valores, mejorando la información para las relaciones afectivo-sexuales, sensibilizando en el respeto, tolerancia y una buena salud sexual y reproductiva.
Solo
así haremos un buen servicio a las mujeres, hombres y el conjunto de la
sociedad:. La despenalización del aborto debe ser una realidad en todo el
mundo, una lucha a favor de la salud y libertad de las mujeres que no puede
hacerse desde el inmovilismo y la imposición de una moralidad. El machismo
está en el terreno de juego, aunque lo haga de una forma sibilina. Por ello tenemos que
actuar para no retroceder: no podemos permanecer pasivos ante esos ataques a la igualdad.
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